Trasfondo
La discrepancia entre oferta y demanda del mercado laboral para los jóvenes es cada vez mayor. Según la Organización Internacional del Trabajo (OIT), esta tendencia se registra desde hace tiempo. En sus estimaciones, la tasa mundial de desempleo juvenil alcanzó en 2017 un 13,1%, siendo la cifra incluso superior para el desempleo de larga duración. En los países en desarrollo, donde vive el 90% de la población juvenil del mundo, dos tercios de los jóvenes están subempleados.
Este fenómeno tiene muchas causas: por un lado, en los países en desarrollo y en transición, los empleos son muy escasos; por otro, la falta de cualificaciones, de experiencia profesional y de trabajo en red dificulta a los jóvenes el acceso al mercado laboral. Con el tiempo, las fronteras entre el empleo y el desempleo les resultan cada vez más difusas, sobre todo porque la proporción de trabajo temporal y a tiempo parcial aumenta exponencialmente. Los jóvenes con empleos precarios cuentan con pocos medios para cambiar su situación, por lo que muchos acaban trabajando en la economía informal. Este sector se caracterizan por la inestabilidad de las condiciones laborales, la escasa protección en derecho laboral, la falta de prestaciones sociales, y la pérdida de ingresos fiscales para el Estado. Los desafíos son particularmente importantes en África: el porcentaje de jóvenes supera el 50% en la mayoría de los países, el crecimiento demográfico es elevado y la migración, sobre todo hacia los centros urbanos, está aumentando.
Para satisfacer las necesidades del mercado del trabajo, en constante evolución sobre todo con la introducción de las nuevas tecnologías, los jóvenes necesitan tener acceso a una formación pertinente y de calidad, desarrollada en colaboración con el sector privado.